Me creía fuerte, me creía sólido, me creía impenetrable... hasta que un día descubrí que estaba manco.
Algo tan básico como una mano que me cubriese cuando más falta me hacía, me la echase al hombro y me sirviese de apoyo. Una torre que me completase en toda su grandeza, con la que descubrir rincones, probar cosas nuevas o colarse en sitios prohibidos.
Una torre, por la que matar y huir si hiciese falta.
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